Pláticas de sobremesa

Los duendes. Tía Ofe, hermana de mi padre, la mayor, cocinaba como chef. Sus recetas no estaban basadas en gramos, sino en centavos; un centavo de unto, un centavo de longaniza de la que hace “Doña Pancha.” La tía se sabía anécdotas que nos encantaba escuchar, le rogábamos que nos las repitiera. No fue una, ni dos, fueron varias las veces que solo la fuimos a visitar para que las volviéramos a oír. Normalmente mamá nos enviaba a su casa para que nos diera alguna receta de cocina de las favoritas de su hermano El Neo, ya que mi padre algunas veces nos salía con el ya choteado, —“está sabroso este guisado, pero no tan rico como le quedaba a mi hermana Ofelia.” Un relato en especial, el que esperábamos con ansia escuchar, era sobre los duendes. Resulta que en Cuahueyatla, su esposo el tío Juan Quiroga, tenía un rancho donde pasaba la mayor parte de su tiempo. La tía debía dividir su existencia entre Cuahueyatla y Villa Juárez. Tía Ofe hablaba de rapidito, contestaba igual, no profundizaba en el relato, nos decía poco. A veces a tirabuzones le sacábamos un poco más. — “Sí, — “es cierto, niñas”, — nos decía, —¡por Diosito!, — mi parientita veía a los duendes, en el monte, por allá por Cuahueyatla.” — Tía, — le preguntábamos, — ¿y, “¿cómo eran?” — “Decía fulanita, que eran ¡feítos,— graciositos, — unas mimirusitas!, —chiquititos como de juguete, su piel verdecita y arrugadita, casi no pueden ver porque no están acostumbrados a vivir en la luz ya que viven debajo de la tierra o dentro de los árboles, en el agua; — tienen una narizota; orejas puntiagudas, creo que su gorrito lo hacen con hojitas”.— Los duendes, continuaba, —“solían hacerle travesuras a ella en un principio,— le escondían sus cosas, — se las cambiaban de lugar.— A mi parientita le caían bien esos enanitos.— Un día que estaba comiendo panela, — tuvo compasión de ellos,— les dejó unos pedacitos, y ya no los volvio a ver. —Por eso, pilcatitas, — si Uds. quieren ver a los duendes, — no les den dulces.” — “Algunas personas, grandes o niños se han hecho amigos de ellos con tan solo dejarles un vaso leche y un pedazo de pan. — Les gusta hacer travesuras, les repito, grábenselo muy bien, - cambian las cosas de lugar, esconden objetos, luego los acomodan, devuelven. — Es agradable para ellos vivir en los bosques, les encanta el oro” —“Al que dejaron boquiabierto, los duendes, — fue a el papá de mi muy amiga Pache de la Torre, una españolita. — Cuando llegó a vivir Villa Juárez a la calle de Zaragoza, habitó junto a esa casa cuya fachada está casi cayéndose, residieron los de la Torre casi frente a nuestra casa. — Estaban atareados arreglando y sacando las cosas de su mudanza. — De pronto tocaron la puerta. — Fue a abrir Mr. Marcelino de la Torre, y no era nadie. —–Le volvieron a tocar la puerta, — volvio a abrir, y seguía sin ver quien le llamaba, — ¿cuál no va siendo su sorpresa, al bajar la vista, y ver a dos duendecitos, pequeñitos, que le traían dos cosas que se les habían olvidado en la casa anterior, — uno, llevaba un recogedor de basura, y el otro una bacinica. — No dijeron nada, — solo le entregaron al papá de mi amiga, a Don Marce, sus pertenencias.” —“¡A estas criaturitas no les importó que hubiera sido Marcelino, un gachupín, si los duendecitos cuando quieren ayudar o molestar a alguien, — no se fijan en la nacionalidad! —!!! Miren, qué monos!!! —Les ayudaron a llevar dos objetos que habían dejado olvidados, por las prisas.” Siempre quise saber más de los duendes de los que hablaba la tía Ofe, muchas veces le pregunté, solo que ella no hablaba mucho, cuando platicaba de algún tema, lo hacía brevemente, no ahondaba en el mismo, parecía disco de repetición, lo que les he relatado a Uds. Le preguntamos algunas veces ¿por qué nosotras, las hermanitas Chochis, no los veíamos? No recuerdo exactamente su respuesta, lo que sí mencionó, fue que no todos tenemos el don o la capacidad para percibirlos. Escuché también lo siguiente de otra damita. Esta chica y su hermana veían a los duendes en su casa y les daban mucha lata con sus bromas. Una de esas criaturitas, ya tenía hasta el copete a una de las hermanas, ya no lo soportaba, ya no quería tener su presencia. — Decidió entonces que debía consultar a una bruja, solo alguien así podía aconsejarla. A paso veloz, se fue a verla. Ésta le recomendó lo siguiente: —“ !!! ¡Échale un pedo!!!” — le dijo. — y, ¿saben qué?, —Santo Remedio. Lo mismo me pasó cuando iba a ver a Tía Ofe a su casa para que me platicara del velorio de Don Venustiano Carranza, ya que ella estuvo presente en la casa donde estuvo expuesto su cuerpo y realizada la autopsia, en ese histórico momento en Villa, en 1920. Me relataba el miedo que sintíó estar en ese lugar, ya que cuando llegó a acompañar era de las primeras en arribar; tenía temor de que vinieran los enemigos de Don Venustiano y los mataran por estar velando al asesinado presidente. Decía que Villa Juárez retumbaba con el ruido de los cañonazos, que eran realmente obuses, cuando entró a la villa el cuerpo inerte del mandatario. Los disparaban desde el palacio con dirección al cerro. Me dejaba con la boca abierta cuando me contaba que había visto, uno que otro colgado en la plaza del pueblo durante la revolución. Tía Ofe había nacido a principios de 1900.