Prólogo
En un futuro no muy lejano
7:30 p.m.
El cielo se oscurecía con lentitud sobre aquellas remotas montañas de California, o al menos así les parecía a los vigilantes del majestuoso conjunto de edificios blancos que albergaba a la empresa Electric Technologies, quienes aburridos y con desgano revisaban las cámaras de seguridad con la certeza de que todo marchaba de forma regular. Ajenos estaban a la revolución tecnológica que se fraguaba en las instalaciones de la compañía líder en el desarrollo y producción de aparatos eléctricos. En los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XXI, Electric Technologies había tomado el liderazgo en el mercado por la constante innovación y calidad de sus productos y a punto estaba de sacar al mercado una novedosa tecnología que cambiaría para siempre la vida tal como se había conocido hasta entonces.
La luz roja de un tablero digital se encendió con insistencia indicando que un vehículo se aproximaba con inusual rapidez a la puerta principal del corporativo. Alertado por la señal, uno de los vigilantes indicó a través de un micrófono a sus colegas de la entrada permanecer atentos a la solicitud de quien o quienes ocuparan el automóvil. Cuando éste estuvo frente al portón metálico lograron distinguir, gracias a la iluminación exterior, un Mercedes Benz plateado último modelo con cuatro sujetos abordo, al parecer todos ellos del sexo masculino. El conductor, un hombre de unos veinticinco años vestido con un fino traje oscuro bajó el cristal y abordó al vigilante que lentamente y con recelo se acercó al lujoso vehículo.
---- Buenas noches oficial, venimos a una reunión de negocios con el señor James Edwards. Nos espera para mostrarnos un nuevo dispositivo. Mi nombre es Michael Flint – dijo el conductor con voz tranquila y serena.
---- No tenemos informes sobre una reunión para hoy y menos a estas horas de la noche. El señor Edwards y su padre programan siempre las juntas por la mañana, sobre todo si se trata de clientes o proveedores. Me temo que tendrá que esperar a que confirmemos con la administración – ----- contestó el vigilante impresionado por el costoso automóvil y confundido por la personalidad y elegancia de los cuatro hombres, se trataba sin duda, de gente de negocios.
En la caseta interior se disponían a marcar a la administración cuando en el ordenador apareció un mensaje urgente que provenía precisamente de allí indicando que permitieran el acceso al vehículo y sus ocupantes. Los guardias, un tanto confundidos, después de comunicar la orden al vigilante de la entrada activaron de inmediato el botón de apertura de la entrada. El conductor del vehículo agradeció el gesto esbozando una amable sonrisa y les deseó buenas noches no sin antes mencionar que ya conocía el camino. Por un momento el guardia de la entrada dudó. No era posible que un hombre que nunca había pisado aquel lugar supiera a donde dirigirse, sobre todo tomando en cuenta que la planta era muy grande. A fin de cuentas ese no era asunto suyo, él y sus compañeros habían recibido una orden a través de un canal según estaba autorizado y no habían hecho más que cumplir con su deber. El auto se perdió entre los edificios interiores y los vigilantes regresaron a su monótona labor.
Al cabo de unos minutos, uno de los teléfonos de la caseta de vigilancia comenzó a sonar con insistencia. Se trataba de otro de los guardias asignado al edificio principal preguntando sobre el vehículo que se dirigía hacia allí.
---- Van a una reunión de negocios con el señor James Edwards y su padre. Nosotros recibimos la autorización por el ordenador principal. Venía de la administración.
---- Debe haber algún error, ni el joven James ni su padre se encuentran en la planta. Salieron alrededor de las tres de la tarde y de acuerdo a la bitácora vendrán hasta mañana a realizar pruebas en el laboratorio principal.
---- Entonces, ¿quién autorizó la entrada? Alguien en la administración quizás tiene información que tú no tienes Jude. ¿Quién de alta jerarquía se encuentra en el edificio principal? ¿Por qué no lo averiguas y nos avisas? — dijo el guardia de la entrada principal en tono burlón.
Jude, siguiendo la sugerencia de su colega, se dirigió hacia las oficinas de la administración después de colgar, iba sumido en una nube de confusión. Las luces del Mercedes Benz que irrumpieron en la estancia a través de la puerta de cristal lo hicieron detenerse, seguro estaba que en un momento más se aclararía aquella situación, así que cambió de rumbo para recibir a los ocupantes del vehículo. El conductor se bajó sonriendo con amabilidad, se acomodó el traje y se dirigió a él. A unos escasos metros del guardia se llevó la mano a uno de los bolsillos del saco y con una velocidad inusitada extrajo un pequeño revolver con silenciador. Los destellos de las descargas fue lo último que Jude vio en su vida.
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Treinta minutos antes en el edificio principal de Eltech
Juan Alvarez terminó su turno de limpieza en medio de los complejos aparatos y dispositivos que se encontraban en el laboratorio de electricidad. Era el momento de acceder a la información sobre los resultados de las últimas pruebas. Sabía perfectamente que habían sido un éxito, lo sabía porque él era experto en física, y además estaba graduado en ingeniería eléctrica por la Universidad de Lomonosov, en Rusia. Ahora era sólo cuestión de minutos, quizás una hora máximo le tomaría encontrar y extraer los archivos de James Edwards, el coordinador del proyecto e hijo del dueño de Electric Technologies o Eltech, como se le conocía comúnmente.
Un tipo afortunado, pensó, heredero de una inmensa fortuna, joven pues no rebasaba los treinta años; brillante en su campo rayando en la genialidad y por si fuera poco apuesto, dado que los comentarios y suspiros entre el personal femenino apuntaban en ese sentido. Y esa riqueza se incrementaría ahora con este nuevo desarrollo tecnológico. Aunque eso quizás no ocurriría, él y su equipo estaban allí para robar los secretos de esta nueva tecnología, y estaban a punto de alcanzar su objetivo, se habían entrenado durante años para conseguirlo y el trabajo hasta ese momento había sido impecable, por tanto, no había manera de fallar. En un par de horas todo estaría terminado y recibiría la recompensa que le habían prometido: cinco millones de dólares. No estaba nada mal, de hecho con eso tendría para vivir holgadamente el resto de sus días, formaría una familia con su adorada Pamela y probablemente buscaría empleo como profesor en una universidad de alguna otra parte del mundo. Después de todo, él también iba a ser afortunado, joven, millonario y casado con la mujer de su vida, era curioso, a fin de cuentas no tenía nada que envidiarle a James Edward, siempre y cuando todo saliera bien, así que decidió darse prisa.
Accedió sin ningún problema a la computadora personal de James, había conseguido las claves a través de una tinta invisible para el ojo humano en condiciones normales que había dejado impresa al momento de limpiar el teclado con lo que eran unos inofensivos trapos húmedos. Al volver a pasar la tela sobre el teclado, quedaban registradas las primeras diez teclas que presionaba a través de las huellas dactilares.
Eso se hacía sin problema pues él allí era nada más que un simple empleado de limpieza, inmigrante y que a duras penas lograba articular una frase en inglés, los científicos del lugar jamás hubieran sospechado de él. Ni remotamente se imaginaban que el insignificante Juan Alvarez dominaba igual o más que ellos la física y la tecnología eléctrica, que hablaba a la perfección el inglés, junto con otros cinco idiomas. Sabía lo que hacían con sólo mirar diagramas y circuitos en las pantallas de los ordenadores. Incluso en algún momento se vio tentado a opinar o sugerir alguna mejora mientras escuchaba sus conversaciones.