La Noticia
Se puede decir que la vida nos trae sorpresas, ¿pero qué se puede
hacer si es parte de la vida? Yo no era exactamente la mejor persona
del mundo, pero tenía mis luces y sombras. Trabajaba en un
restaurante y me agradaba estar allí, era un lugar agradable, pero
allí no podía describir mi vida, porque variaba a cada segundo.
Hubo día que el trabajo fue diferente a los anteriores, y pasé todo el
tiempo como un autómata, como si estuviese perdido en mi propio
mundo. No pensaba más que en irme a casa. Desilusionado, sin
razones o motivos algunos, empecé a sentirme solo.
Había llegado a los Estados Unidos el 27 de junio de 1995,
y hasta esta fecha en que decidí escribir esta narración como una
forma de desahogo personal no había encontrado felicidad. Tenía
un buen trabajo y vivía cómodo, pero como cualquier ser humano,
me faltaba algo. Era verano de 2003, y mi vida seguía caminando
por diferentes caminos, pero ninguno tenía mi proyección. Vivía
solo en un apartamento rentado en Perth Amboy, un pequeño
pueblo del Estado de Nueva Jersey.
Mientras subía las escaleras para entrar al apartamento,
mi cuerpo transpiraba el calor. El aire estaba tórrido y el clima
no mostraba señal de mejora. En ese momento, me entró un
presentimiento extraño, de advertencia. Al entrar al apartamento y
al abrir la puerta, la sensación aumentó. Caminé hacia mi cuarto, especulando rumores. Yo era una persona emotiva y cualquier
cosa que fuese, por más pequeña, la pensaba mucho. Trataba de
desestimar la idea de que algo andaba mal, pero a la vez, tenía
deseo de descifrar el mensaje. Quizás en algún rincón de mi cabeza
algo me quería decir que pensara en el presentimiento. Al mismo
tiempo, mi cuerpo se sofocaba y mi mente se agitaba. Tomé una
toalla y fui a darme un baño. Pero el baño no me ayudaba a evitar
la situación.
Empecé a preocuparme por la gente querida, por aquellos que
se preocupaban por mí: mi madre, mis tíos y hermanos. Pero sobre
todo por Massiel, la razón por el cual mi corazón latía con fervor.
Después de haberme duchado, me asomé a la ventana y
observé el tránsito para distender la tensión. El sudor empezó a
corretear por la frente. Pero nada de eso me ayudaba: las dudas y
las preocupaciones me llegaban muy de prisa.
El sueño se apoderaba de mí, y abrí las ventanas para tomar un
poco de aire fresco y ventilar el cuarto. Me acosté dando vueltas
en la cama, tratando de conciliar el sueño, pero los intentos cada
vez parecían en vano. Mientras los minutos y las horas pasaban, el
cuerpo empezó a darse por vencido.
No sé cuánto tiempo había dormido cuando escuché el teléfono
sonar de forma imprevista a esas horas de la noche. Me hizo
despertar de una forma peculiar, como si hubiese regresado de una
anestesia general. Me levanté somnoliento y prendí el ventilador
que estaba frente a la cama. No tuve tiempo de contestarlo, así que
volví a la cama.
Volvió a sonar, tomé un fuerte suspiro y contesté estrechando
los brazos. Mientras lo sujetaba, recordé el presentimiento. Las
manos me temblaban y la voz fue suave al contestar.
—Hola, ¿quién me habla? —pregunté, esperando no escuchar
noticias desagradables a esas horas de la noche.
—Es Americana, mi niño lindo —respondió con un tono de
voz diferente a los anteriores.
Ella, por lo general, me hablaba entusiasmada, porque teníamos
una historia vivida. La conocía desde que tuve uso de razón, y
ella, desde mi nacimiento. Lo nuestro estaba sujetado por el amor que le tenía a su hija, un amor que fijaba un lazo entre nosotros
indestructible.
—¿Cómo estás? —me preguntó.
Traté de evitar lo más que pude preguntas comprometedoras.
—Estoy bien, por ahora —le contesté sin deseo de entablar una
conversación que introdujera problemas o tormentos.
Ella me llamaba pocas veces, y cuando lo hacía, casi siempre era
para hablar de problemas incógnitos.
—La razón de mi llamada es para decirte que Massiel se puso
muy mal y tuve que internarla en el hospital —me dijo de forma
piadosa.
En ese mismo instante, mi cuerpo quedó petrificado, sentí
como si me hubiesen estado incrustando un cuchillo a sangre fría.
Me sentí frenético, al mismo tiempo, porque le había prometido a
ella que por siempre íbamos a estar juntos, promesa que era difícil
de cumplir por las circunstancias del tiempo y la distancia. Promesa
semejante a unir la Tierra con el Sol. Recordé por un instante lo
fácil que era prometer en nuestra adolescencia, cuando las promesas,
aunque no se cumpliesen, no importaban. Pero ahora vivía en una
época donde algunos sobrevivían, porque otros los mantenían con
vida. También recordé que esa época había pasado, y que aquellos
tiempos dorados eran historia.
—¿Qué le sucedió? —le pregunté, sintiéndome angustiado.
Mi corazón aumentó los latidos acostumbrados, se quería salir
del pecho. Y de repente el mundo dejó de existir para mí, todos
mis sentidos se concentraron en el teléfono, se había olvidado el
sofocante calor del verano.
—Ella estaba trapeando, cuando de repente la vi marearse. Su
cuerpo quedó sin fuerza y sin ánimo de hablar. Llamé al vecino
para que me ayudara a llevarla al hospital. Gracias a Dios que no le
ocurrió nada preocupante. El doctor dijo que está mejorando y que
mañana posiblemente le daba de alta —dijo.
No me convenció mucho su relato conciso.
—¿Desde cuándo le están ocurriendo esos desmayos? —le
pregunté curioso.
Se quedó pensando para luego darme una respuesta babélica.