En 1912, en una ciudad pequeña al sur de Francia llamada Rennes le Chateau, se encontraba un monje. Françoise Berenger esperaba el trato que había hecho hacía veintiún años atrás con un militar latinoamericano, trato que culminaría uno de sus más grandes secretos y mejor inversión que pudiese haber concertado. Este era el último pago de una cadena de depósitos, finalizando uno de sus mejores negocios y la entrega del descubrimiento más importante del siglo.
El encargo de realizar esta operación había recaído en Hans, quien, a indicación expresa de Don Simón, se entrevistó y finiquitó la compra de unos manuscritos. Después de revisarlos minuciosamente durante varias semanas uno por uno, le entregó a Berenger la nada despreciable suma de dos millones de dólares. Con ese dinero, Françoise tuvo una vida sin complicaciones económicas, dedicado a pasear, adquirir obras de arte, acrecentando su poder en la región.
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Estos manuscritos estaban íntimamente relacionados con los cilindros que los niños descubrieron cincuenta años más tarde en la casa de Hans.
Después de haber hecho la operación de compra con el monje, Hans regresó para hacer la entrega de dichos manuscritos; pero las dolencias que aquejaban a Don Simón hicieron que regresara a Londres, no sin antes mandarle a decir a Hans que se llevara esos manuscritos a la embajada de Perú en Berlín, donde se encontraba un amigo de Don Simón: Avelino Cáceres.
El general Cáceres, hombre de probada trayectoria y prestigio militar, conseguidos en la Guerra del Pacífico, amigo cercano del presidente Manuel Pardo, bajo cuyas órdenes combatió las fuerzas revolucionarias de Nicolás de Piérola; Avelino era un hombre de la élite, un oficial del ejército, de origen terrateniente. Hablaba el quechua en forma natural, pues creció en las haciendas de sus abuelos, conviviendo con los campesinos. Asumió la presidencia en dos periodos, entre los años de 1886 a 1895. Ya había estado en Francia e Inglaterra de muy joven, en tiempo de la consolidación de la Peruvian Corporation.
El general tuvo en París un acercamiento con Françoise Berenger, quien empezaba a tener cierta fama en la comunidad esotérica, que iniciaba y era una forma chauvinista de la sociedad parisina. En la calle St-Rustique se encuentra el restaurante La M’ere Catherine, fundado en 1814 en el barrio Montmartre, que con su pronunciada colina se asocia con el arte.
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El hijo mayor de Don Manuel se acercó a la mesita y preparó otro mate, que le había solicitado su padre. El té se enfrió y espesó. En el reflejo del vidrio de la mesa se proyectaba la silueta de las buganvillas, el muro de arcos de piedra de cantera caliza que sostenía un acueducto que llegaba hasta la alberca y funcionaba para recargar el agua, aparte de servir como ornato. En el fondo de un cielo azul las nubes formaban figuras blancas, caprichosas, que se deshacían cuando volteaban a verlas.
Observó a su padre, quien lo veía fijamente. Pensó que se había quedado en ese lugar del Amazonas con la mirada ausente. Pero no: lo miraba con tal profundidad, con el ceño arrugado, sus ojos fijos en él... Tenía que ser el hijo primogénito quien guiara los últimos pasos y acortara el tramo, que en poco tiempo Don Manuel haría. La transición, la mirada penetrante del padre con un poco de tristeza, le transmitía un avance de este trance, que no sería fácil.
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—Mire, Don Santiago: la ciudad de Chichén es muy antigua y conocida por las grandes reservas acuíferas de sus cenotes. Dicen los historiadores que fue abandonada por razones desconocidas, por una civilización, los atlantes. Los itzaes vinieron en un peregrinar desde Méjico: encontraron la ciudad con sus palacios y edificios viejos, con construcciones del estilo puuc y chenes. La encontraron todavía en condiciones de ser reconstruida. Doscientos años gobernaron los itzaes, y la abandonaron. Después vinieron los toltecas. Esta fue la época de Kukulcán. Volvieron a rehacer la pirámide en su honor. El pueblo, con su característico sentido común, la llamó Pirámide de la Serpiente Emplumada.
”Vea la explanada central de la pirámide. Para entrar a la Plaza Sagrada, antiguamente se tenía que pasar por un lado del Templo de los Guerreros. En su base fueron construidas columnas cuadradas con figuras labradas que representaban a guerreros con escudos y lanzas. Las columnas soportaban unas vigas de madera pintadas con representaciones de escenas de guerras pasadas. El techo estaba cubierto con palmas. Esto llevaba al Templo de los Guerreros. Existían unas escaleras, a los lados de la pequeña pirámide aplanada, que conducían a la parte superior.
”En la puerta del templo se encuentran estas inmensas serpientes de piedra caliza con las bocas abiertas, pintadas de verde y rojo. Sus cuerpos se elevan seis metros hacia arriba, y al final se encuentran los cascabeles de una serpiente, en clara
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alusión a la constelación de las pléyades, que fue avistada por los astrónomos con esa forma de reptil.
Don Santiago escuchaba al tiempo que miraba por la ventanilla con curiosidad. La plaza ahora se hallaba resguardada por una valla de acero y un número impresionante de policías federales, así como soldados con ametralladoras, pistolas automáticas y uniformes corporativos. Las edecanes, vestidas con falda roja y blusa blanca, eran notorias, resaltaba su gafete en el brazo izquierdo, indicaban y ordenaban llevando a los concurrentes a sus asientos. Las cadenas de televisión mundial, con sus clásicos camiones y antenas de transmisión, sus reporteros se encontraban en las áreas aledañas.
Al frente del Templo de los Guerreros se veía desde el aire la majestuosidad de la pirámide, totalmente reconstruida, con más de veinticuatro metros de altura, recubierta de piedra caliza hermosamente tallada, con sus cuatro amplias escalinatas, que dan frente a cada uno de los puntos cardinales. La construcción de los noventa y un escalones que coronan los cuatro suman los trescientos sesenta y cuatro días, más el escalón que los une en la base configuran los trescientos sesenta y cinco días del calendario. Detrás de la plataforma de las calaveras, un muro con calaveras esculpidas en la cara que da de frente a la pirámide, se veía la cancha donde se recreaba el juego de pelota, llamado pok-a-tok, un juego ritual originado dos mil quinientos años antes de Cristo.
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Don Santiago recordó la profecía maya, que anunciaba el cambio del comportamiento de la humanidad en forma drástica a partir del eclipse de sol del miércoles 11 de agosto de 1999. Rememoró un eclipse sin precedente en la historia. Ese día, astronómicamente, fue llamado La Puerta.