DIANALÉ
En una loma moderada, cruzaban varios caminos reales y otras veredas, en diferentes direcciones, bordeados de algunos árboles nativos del semi desierto y algunos matorrales, además charcos grandes de agua limpia. Liborio se encontraba en esa encrucijada, después de haber caminado un poco desorientado. Era después de mediodía. Sabía de una escuela cercana y debía adivinar ¿cuál de esos caminos le conduciría hacia ella? Esa escuela estaba media escondida en partes bajas acaso cercanas o lejanas a aquel paraje. Al menos esas eran las indicaciones que había recibido anteriormente. Pero además esa zona baja era boscosa, aún cuando estaba enclavada en zonas áridas. Liborio disfrutaba enormemente, pues en el trayecto iba de sorpresa en sorpresa. Una buena cantidad de pájaros, en nutridas parvadas, revoloteaban semejando verdaderas olas del mar, anunciando que la zona boscosa estaba cerca. Iban y venían por todas partes. Le tocó ver una parvadita de pericos huastecos verdes, venidos de los bosques de la sierra, gritando y haciendo su cotidiana algarabía periquera.
Amplios nubarrones vinieron a cubrir el cielo y repentinamente comenzó a llover con la intensidad de una tromba. Que agradable y sorpresivo espectáculo. Donde estaba parado Liborio, era el límite del área con lluvia y no se mojaba. Disfrutó del momento, por demás fascinante. Por lo intenso del aguacero, las abundantes gotas cayendo, semejaban verdaderas cortinas de cristal frente a él. Gozaba plenamente este espectáculo que le brindaba la naturaleza, cuando de repente los vientos cambiaron y el rumbo del agua cambió. Tan abundante agua caída del “cielo”, cubrió rápidamente sus ropas empapándole al grado máximo, dejándole un aspecto algo parecido a un ratón mojado. No estaba preparado para eso y fue entonces cuando corriendo y buscando donde protegerse, encontró una casona vieja, donde las nubes bajas se concentraban haciendo al lugar tenebroso. Ahí entró buscando refugio. Para su sorpresa, posiblemente era un convento antiguo, muy grande. Esa construcción estaba semidestruida casi en ruinas. Los pisos estaban deteriorados a tal grado que desaparecieron para convertirse en tierra burda. Por lo mismo había lodo, áreas muy mojadas, y otras con charcos de agua. Las ráfagas extremas de viento y lluvia silbaban y casi rugían al paso por los despojos de la ancestral finca. Amplias galerías, pasillos y corredores se extendían en un laberinto interminable, pero finalmente vino dándose cuenta que en realidad tenían una distribución ordenada, semejante a un monasterio.
Entrando a los primeros salones, descubrió que en aquella casona de muros muy gruesos, enlamados, había congregadas muchas personas. Muchísima gente, distribuida por todos los amplios lugares, capoteando los escurrimientos de agua que se filtraban de algunos techos semiderruidos. Quedó pasmado por lo inverosímil de la situación. En uno de esos salones grandes, con la mitad a cielo abierto, con señales de que el techo se había caído recientemente y con la otra mitad aún en regular sostenimiento, resistiendo el inexorable paso del tiempo, había un brasero antiguo, de ladrillo rojo, con un fogón grande de leña y soportando un comal redondo de más de dos metros de diámetro, donde estaban procesando tortillas echadas a mano, varias marchantas. Había también una tahona en forma de cúpula, o sea una especie de horno montado en una base cuadrada de algo más de un metro de altura, de dimensiones semejantes al comal, donde los antiguos habitantes del lugar, probablemente monjes o monjas, procesaban su pan. Una mesa larga, pesadota, de madera rústica, oscura, lisa y algo brillante, hecha de tablones viejos, desnudos sin pintura, soportaba cazuelas, ollas, y otras vasijas; todas con variada y abundante comida, desde consomé de borrego, puchero o caldo de res, asado de puerco, consomé de pollo, arroz con elote, birria al estilo Jalisco, ensalada mexicana con nopales, toda clase de verduras, cabrito a la griega, carne asada de res, T-bones, arracheras, agujas norteñas, machacado solo o con huevo, carnitas de puerco al mejor estilo de Michoacán, chicharrón de puerco calientito y crujiente, salpicón, jamón virginia, salchichas alemanas, pollo rostizado y hasta mole de guajolote muy negro salpicado de ajonjolí, del más puro y tradicional estilo oaxaqueño. Todo despedía olores entremezclados riquísimos.
RESCATE (parte final)
Entre sus amigos, comenzó a correr una versión por comentarios que escucharon entre los pescadores del pueblo vecino. Ellos decían que ahí en San Román el Alto, que estaba a menos de una hora del puerto donde ocurrió el accidente, habían visto a un señor que tenía amoríos con una morena alta, hermosa, bronceada, agraciada con amplias caderas y pechos grandes y turgentes, que la conocían como “Adelaida, la costeña de Ébano” una muchacha muy asediada por los pescadores tal vez porque no les hacía jalón a ninguno...
Los pescadores de allá, por las tardes comentaban los chismes del pueblo, en la plaza, sentados en el suelo, fumándose un cigarrillo de hoja: La penosa noticia de la desaparición del ingeniero, había corrido por los pueblos de la región, su foto había sido colocada por todas partes y no había noticias
._ Hijoj de la chingada, que creen, hemo visto a la Adelaida, acompañada por un compa alto, fortachón, pelón, rojo como camarón, y no ej de aquí, pero que creen cabrone, se viste con ropa de pescador. En la madre, eso sí que emputa weyes.
Luego otro compa le daba la última fumada a su cigarrillo de hoja, que casi le quemaba los dedos y de inmediato lo tiró al suelo, entre el pulgar y el medio, como dando un garnucho, pero lanzándolo como proyectil y dijo:
_ Puej no lo van a creer weyej, pero a la Adelaida, la han visto tan contenta, satisfecha y orgullosa con su pinche viejo pelón, que ya ni el saludo da, la hija ‘e puta.
Reinó el silencio porque todo mundo se quedó pensando tal vez lo mismo: ¿será el ingeniero que se salvó de morir en el drenaje pluvial o en el mar y que dejó su anterior identidad por un amor intenso con una estatua de bronce, viviente?