CAPÍTULO II
Ocho minutos antes de las 9, Thomas salió de la oficina con sus
carpetas en la mano y abordó el ascensor que lo conduciría al piso 26.
Una vez rebasada el área de seguridad en la cual, como si se tratara de
un desconocido tuvo que pasar todo el protocolo de revisión, se dirigió
hacia el escritorio de Melissa, la secretaria de la presidencia, quien ante la
extrañeza general no sólo no había sido substituida, sino que además se
le habían asignado dos personas para apoyarla en su trabajo.
Para Thomas era muy clara esta situación, puesto que Melissa,
durante los más de 10 años que llevaba al servicio de Robert Fullker
en la presidencia, conocía todo el tejemaneje del negocio y estaba al
tanto de todas las relaciones y contactos importantes, lo cual cada día
le representaba menos garantía de continuidad en su puesto, ya que
en su opinión, en cuanto las dos supuestas colaboradoras de Melissa
estuviesen más relacionadas con las personas y los asuntos de interés
para la organización y más empapadas de la información y los asuntos
confidenciales, seguramente sería despedida o transferida a otra sección
de la corporación.
Melissa lo saludó con una sonrisa y le invitó a pasar a la sala de juntas
del consejo, donde encontró a varios de los directores que ocupaban ya
sus lugares.
Contra su costumbre ya que solía ser muy puntual, con cerca de
quince minutos de retraso entró a la sala de juntas Edgar T. Fullker,
acompañado por John Jugle, Director Corporativo y del Área Legal,
tomando de inmediato sus lugares.
¬ Buenos días, señores¬ saludó afablemente Edgar¬, sean ustedes
bienvenidos. Esta reunión será muy breve pues nos retrasó un asunto
imprevisto y me temo que no disponemos de tiempo para revisar sus
presentaciones; el abogado Jugle y yo tenemos una reunión importante
con autoridades del Ministerio de Obras y debemos tomar el vuelo
para Washington dentro de dos horas. Parece ser que hay grandes
posibilidades de que nos concedan los permisos federales para
construir nuestro proyecto de desarrollo en la reserva del condado de
Greenleaf.
¬ Pero señor¬ objetó Arthur¬, las autoridades locales permiten
sólo obras de mejoramiento en ese sector por ser área ecológica y ésas
requieren contratos especiales con cláusulas muy estrictas por tratarse
de una zona restringida, lo cual la coloca fuera de nuestra competencia
debido a que nosotros no contamos con ninguna empresa dedicada a
dar ese tipo de mantenimiento ni somos contratistas de obras.
¬ Por eso no te preocupes, Arthur, tanto las autoridades locales como
estatales han dado su anuencia para el desarrollo que pretendemos llevar
a cabo, el cual ocupará solamente 50,000 áreas que es menos del 5 por
ciento del territorio protegido y, como tú debes saber, el Estado puede
destinar hasta un 10 por ciento del mismo para la realización de obras
de beneficio a la comunidad, siempre y cuando se respeten las normas
ecológicas.
¬ Lo cual no se cumple en ese proyecto, ni en el aspecto ecológico
ni por el de beneficio para la comunidad¬ intervino Thomas¬. Como
ustedes saben, señores, ese proyecto contempla la edificación de hoteles,
un centro comercial y otras instalaciones similares, motivo por el que fue
rechazado por mi departamento, pues tanto yo como mis colaboradores
hemos considerado que no cumple con las normas oficiales autorizadas
y lo peor es que se contrapone a los principios éticos que rigen nuestra
organización, que están claramente especificados en los estatutos
corporativos que se establecieron desde su fundación.
¬ Eso no son más que paparruchadas, Thomas¬ dijo Jugle¬. Cuando
Robert Fullker fundó la empresa, hace casi cuarenta años, el país y el
mundo vivían otra situación; aun prevalecían prejuicios de todo tipo y
la gente anticuada como él vivía dentro de una atmósfera de caduco y
absurdo romanticismo, rodeados de supuestos valores que hoy, con los
adelantos y sistemas de los últimos tiempos, se han vuelto obsoletos y
quedado en desuso.
¬ Sin embargo¬ interrumpió indignado Arthur¬ El señor Fullker,
a pesar de su caduco romanticismo y la obsolescencia de sus valores
fundó esta gran empresa y logró hacerla crecer hasta lo que es hoy, una
de las mayores de este país, manteniéndola siempre dentro de la ética y
la decencia.
¬ ¿Qué es lo que insinúas?¬ casi gritó Jugle¬. ¿Acaso tratas de
ofenderme, pretendiendo que yo carezco de ética y decencia?
¬ No he tratado de insinuar nada¬ contestó tranquilamente
Arthur¬, lo que pasa es que usted y yo manejamos conceptos muy
diferentes en cuanto a las definiciones de moral, ética, valores y decencia.
Efectivamente, los tiempos cambian y los adelantos tecnológicos y
científicos han revolucionado los sistemas, pero los hombres no hemos
cambiado y los principios, normas y valores humanos y universales que
nos rigen, siguen y seguirán siendo los mismos.
¬ Creo que mi punto de vista y tu posición al respecto ya quedaron
suficientemente claros esta mañana en la oficina de la presidencia. Edgar
y yo no vamos a perder el tiempo ahora con discusiones inútiles que
no conducen a nada. Él y yo tenemos que retirarnos. Ya hablaremos a
nuestro regreso.
Sin pronunciar una palabra más, Edgar y John abandonaron la sala
seguidos por los demás miembros del Consejo, quienes se dirigieron sin
hacer comentarios hacia sus respectivas oficinas.
Una vez que hubo dejado sus papeles sobre su escritorio, Arthur se
dirigió al despacho de Thomas. Cuando la secretaria le confirmó que
éste estaba sólo, empujó la puerta y se sentó frente a él.
Thomas le hizo una seña para que guardara silencio mientras por el
intercomunicador le solicitaba unos cafés a la secretaria, quien al parecer
ya los había preparado porque se los llevó casi de inmediato poniéndolos
sobre el escritorio junto a una bandeja con galletas, retirándose en
silencio y cerrando suavemente la puerta al salir.
¬ Creo que tú y yo no tardaremos en salir sobrando dentro de esta
organización; nuestra forma de pensar es totalmente opuesta a la del
nuevo Presidente, y a la del Director General como quedó muy claro en
la junta de hoy.
¬ Así lo veo yo también¬ afirmó Arthur¬. En cuanto saliste de mi
oficina, antes de la reunión del Consejo me llamó Jugle a su despacho
para pedirme que en mi calidad de Director Financiero firmara los
documentos que se van a presentar a las Autoridades Federales para su
autorización, a lo que me negué, obviamente.
¬ ¿Y no te despidió?