PROLOGO
Dimas abrió los ojos perturbado por los ruidos de personas que gritaban por
las calles; nunca antes había escuchado tanto alborto, ni siquiera en alguna de
las noches que había tenido que refugiarse en algún granero o alguna taberna,
perseguido por la policía romana.
Había tratado de dormir sin poder conciliar el sueño y ahora los gritos y las
luces provenientes de la calle, llamaban su atención.
Se puso de pie y caminó hasta la ventana sobre su cabeza y la observó con
cuidado, los barrotes le recordaban donde se encontraba y la sentencia que debería
cumplirse en unos días más. Su cuerpo moreno se iluminaba brillante por la luz
de la luna y el sudor que le cubría casi todo el cuerpo.
- ¡Han capturado a ese rabino alborotador! – se escuchó una voz al otro
lado de la celda.
- ¿Cómo lo sabes? – preguntó Dimas levantando una vez más la mirada
hacia la ventana, mientras con la mano derecha rascaba su tupida barba.
- Han ido y venido las voces desde que oscureció. Los sacerdotes han
alborotado al pueblo porque no quieren que llegue la Pascua antes de haberse
desecho de él.
Dimas brincó y se colgó de los barrotes tratando de mirar hacia fuera.
- Las antorchas no han dejado de iluminar la noche, los murmullos y los
gritos no han dejado de escucharse... - continuó el hombre desde su lugar en la
oscuridad de la celda.
- ¿Qué ha hecho de mal este Rabino, para que haya tal alboroto? Ni siquiera
cuando los romanos atraparon a Barrabas, se hizo tanto barullo – Dimas trató
de ver algo, pero únicamente las antorchas y las sombras pasaban frente a él.
- ¿Y si lo es? – Dimas desistió en su intento por observar y se dejó caer. - He
escuchado que hace milagros...
- ¿Tú crees esas boberías? – el hombre se dejó iluminar por la luz. Su rostro
era maltrecho, con los dientes rotos, con un cuerpo robusto y fuerte.
- Jamás lo he visto, Gestas – Dimas quitó la vista al hombre y la volvió
hacia la ventana. - Pero llegué a escuchar algunas cosas que hizo y dijo... Sobre
el amor de Dios...
Gestas comenzó a reír. – No me gusta tu forma de hablar últimamente. El
temor a la muerte, te ha ablandado el corazón. Debemos estar orgullosos de lo
que hemos hecho...
- ¡A callar! – un golpe en la puerta de la celda retumbó en toda la habitación
-. Ya basta de tanta plática...
- ¿Cómo podemos dormir con tanto ruido? – se acercó Dimas a toda prisa
a la puerta, tratando de evitar que el soldado se alejara.
- Ese es su problema... - respondió el soldado -. Además tienen que tomar
fuerzas, ya que su ejecución se ha adelantado para mañana temprano.
- No necesitamos guardar fuerzas para que nos maten – gritó Gestas desde
el fondo de la celda.
- Para eso no – respondió el soldado, - pero el Rabí ha sido sentenciado y
ustedes serán ejecutados junto con él...
- ¿Y eso qué? – Gestas se acercó a la puerta.
- Los tres tendrán que cargar una cruz hasta el Gólgota, donde serán
crucificados – dicho esto se alejó por el corredor.
Gestas y Dimas se observaron sorprendidos sin pronunciar una sola
palabra, la sentencia de cómo morirían había sido cambiada, morirían como
los peores delincuentes. Gestas sonrió y como si aquella situación fuera algún
tipo de distinción especial se volvió a ocultar en las sombras dejando escapar
una carcajada que hizo temblar a todos los presos que le escucharon. Se sentía
honrado sabiéndose acreedor a una muerte deshonrosa, lo que indicaba que
había sido un excelente ladrón y asesino.
-
¡Muerte al Rey de los Judíos! – se escucharon los gritos en las calles.
Dimas observó la ventana con barrotes y respiró profundamente, pensó en
las palabras de Gestas y sintió que quizás tenía razón en su temor a la muerte;
pero daría todo por poder regresar en el tiempo y cambiar su vida; si tan solo
tuviese un poco más de tiempo... se había acabado, sabía que había tenido sus
oportunidades para cambiar, varias veces, en los últimos meses, había sentido el
llamado a esa conversión; sobre todo desde la primera vez que escuchó algunas
palabras dichas por el Rabí de la boca de su amada Bilhá; pero al final no se
había convertido y había seguido su vida de pecado hasta el día en que fue
apresado por los soldados. Se llevó las manos al rostro y recargado en la puerta
se deslizó hasta quedarse sentado en el suelo. Ya no había más esperanza, esa
-era la última noche de su vida.